domingo, 13 de noviembre de 2016

Donald Trump: El marketing del follador exitoso y del pijo campechano




      Pese a haberme alegrado profundamente de la derrota de Hillary y de sus correligionarios Soros, Rockefeller y Rothschild, magnates que teledirigen el mundialismo laicista y proabortista de la mano de la dinastía Clinton y del masónico Club Bildelberg, nada me impide poner a caer de un burro a Donald Trump, personaje que ha utilizado técnicas de marketing de lo más heterodoxas para hacerse con el poder, estrategias que, por desgracia, parece que, por el momento, son las únicas viables para concitar a las masas a romper con el establishment progre o el Nuevo Orden Mundial (bueno, aunque si las hubiese templado y acrisolado un poco, tampoco, hubiera pasado nada). Por desdicha, la mojigatería del gafotas escuálido y del guitarrista de Parroquia no vende para acabar con estos dictadores disfrazados de demócratas –ya me gustaría a mí que así fuese- y las apariencias muestran que un “showman” de espiga en la boca y estrambóticos modales, hoy por hoy, es la alternativa. 

      Por todo ello, me he decantado por escribir este artículo. Técnicas de marketing que han elevado a Donald Trump a lo alto de la Casa Blanca, hay muchas, razón por la cual me he centrado en cinco, que son: La del follador exitoso, la del pijo campechano, la del profeta armado, la del castizo cabreado y la de la atracción por lo prohibido. 

La técnica del follador exitoso 
  
      Comenzaré por la del follador exitoso. Como he señalado antes, la campaña de Donald Trump está trufada de estrategias de marketing de lo más heterodoxas, es decir, de técnicas de una inmoralidad supina y que franquea las murallas del escándalo. Una de ellas es a la que me refiero en este párrafo. El estereotipo de triunfador en los negocios y castigador con las mujeres es odiado y codiciado a partes iguales. Todo el mundo despotrica de él (al igual que del candidato republicano), pero muchos, a su vez, anhelan convertirse en su sucedáneo; O, como mínimo, en su remedo, en su Actor Secundario Bob.    

      Este arma de propaganda es una peligrosa espada de doble filo que explica que nadie hable bien del nuevo Presidente de Estado Unidos, pero que, a la par, haya sido ungido por el pueblo en las urnas. Sucede lo mismo con la trilogía de Las cincuenta sombras de Grey y con la película de El lobo de Wall Street, su éxito desborda los medidores de audiencia, al mismo tiempo que reciben rapapolvos de quienes desean convertirse en el protagonista de ambas y de aquellas féminas que arden por achuchar a un macho alfa de semejantes condiciones. 

      Este fenómeno de ensalzar la soberbia del líder para enaltecer su figura de cara al pueblo no es nuevo y se lleva dando desde hace un sinfín de siglos. El intelectual John Kenneth Galbraith, en su libro El dinero, revela que “desde Alejandro Magno, se estableció la costumbre de presentar la cabeza del soberano en la moneda” y que lo hizo por la “afirmación personal del gobernante”. También, he señalado que esta estrategia de marketing es una espada de doble filo, teoría que, casualmente, el citado pensador comparte, y lo hace en los siguientes términos: “Pero esto –refiriéndose al fragmento que he expuesto más arriba sobre Alejandro Magno- podría ser una espada de doble filo. Según Suetonio, después de la muerte de Calígula, se recogieron o fundieron las monedas con su efigie a fin de que se olvidasen el nombre y las facciones del tirano”. 

La técnica del pijo campechano

      No todas las estrategias de marketing son inmorales. La del pijo campechano es muy positiva, ya que acaba con el clasismo de las élites, haciendo que éstas se acerquen más al pueblo. Consiste en la persona de clase alta o medio-alta que aprovecha su posición para ganarse a las masas.

      El pijo estirado, subidito, altivo, engreído, con ínfulas de patricio inaccesible y complejo de superioridad social es repudiado por la gente común, pero el que se muestra simpático y cercano a ella es más adorado que envidiado (véase Don Pepone). Para las personas, tiene su erótica que el poderoso le guiñe un ojo y creo que esta lección, Donald Trump la maneja perfectamente. Sabe cómo librarse del peso de la guillotina entre vítores y carcajadas, para, acto seguido, ser laureado por el pueblo con cetro y corona.     

      Maquiavelo, en su obra El príncipe, reconoce que quien goza de una privilegiada posición social y a su vez, domina el arte de meterse al pueblo en el bolsillo, es un líder implacable. Esta maquiavélica reflexión ha sido confirmada por el transcurso de los siglos. La historia nos brinda innumerables ejemplos, entre los cuales, voy a citar unos pocos, que son los siguientes: Desde monarcas como Don Juan Carlos I de Borbón y la Reina de Inglaterra, pasando por cantantes del estilo de Julio Iglesias y Bertín Osborne, hasta izquierdistas de la talla de Ernesto Che Guevara, Karl Marx y Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (miembro de las élites intelectuales primigenias o huestes pioneras del socialismo utópico, preludio del comunismo o antesala del marxismo).

La técnica del profeta armado      


        Maquiavelo, también, escribió en El príncipe que cuando el pueblo pierde la esperanza en el líder, suplica la llegada de un “profeta armado” que le devuelva la ilusión. 

      Donald Trump encarna ese "profeta armado" al que se refirió Maquiavelo, ya que ha aprovechado una crisis mundial del establishment progre o Nuevo Orden Mundial para erigirse en la alternativa. El nuevo Presidente de EEUU se ha servido del cansancio creciente a nivel internacional con la dictadura de lo políticamente correcto, traducido en la victoria del “no” al pacto con los terroristas en Colombia, en las continuas mayorías absolutas de Putin en el Kremlin, en el triunfo de presidentes católicos y provida en Hungría y Polonia frente a la decadencia moral de Occidente, en el escándalo provocado por la negativa de Obama a unirse a Rusia y al Gobierno de Siria para combatir contra Estado Islámico, en el descontento generalizado por abandonar a los cristianos perseguidos en Oriente Medio, en las nefastas consecuencias de la primavera árabe, en el Brexit y en el ascendente auge de una derecha más conservadora en Francia, Reino Unido, Alemania y Austria. 

La técnica del castizo cabreado


      Cuando muchos españoles de derechas no se explican la victoria de Trump en las urnas, tiendo a responderles: “Federico Jiménez Losantos, quien escupe fuego todas las mañanas contra todo lo que se precie, es tu locutor de radio favorito. Imagínate, por un instante, que se presentase a las elecciones por Vox o como presidente del PP. ¿Seguro que no le votarías?”. 

La técnica del marketing de lo prohibido 


      Hace tiempo, leí, a través de Linkedin, un artículo titulado El marketing de lo prohibido. En el mismo, el autor explica cómo las personas, en ocasiones, preferimos un producto si nos lo venden como algo que infringe las normas. Dentro del texto, pone como ejemplo un niño pequeño que no quería que le pusiesen un chupete, hasta que su madre le compró uno nuevo y le dijo: “Lo dejo encima de la mesa. Espero que no lo toques”. El impúber, nada más desaparecer su mamá, agarró con entusiasmo el objeto que le había sido vetado. 

      Donald Trump es ese candidato prohibido, procaz en su retórica, abrupto en sus modales y prolijo con sus adversarios, pero que, a la derecha desencantada y no tan desencantada, le puede llegar a despertar un morbo insuperable.

      Por desgracia, la primera acción de marketing llevada a cabo en la historia de la humanidad fue la de una serpiente que vendió extremadamente bien el pecado a través de una manzana. Este suceso pone de manifiesto que lo prohibido tiene demasiado tirón entre los hombres, seres débiles y corruptibles, susceptibles de perversas seducciones, aunque tendentes a la Verdad escrita con uve divina. Pese a que las personas seamos frágiles y avasalladas por continuas tentaciones, no daré la razón a Hobbes en su teoría de que el hombre es un lobo para el hombre o malo por naturaleza. Somos más complicados y nos regimos por el claroscuro de pecadores que tienden hacia Dios.   

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